Hablar de Madeira es hablar de costas extremadamente escarpadas, de antiguos cráteres que, en pequeñas terrazas de cultivo, descienden hasta el mar; de profundos desfiladeros, de riachuelos, de una frondosa y rica vegetación macaronésica, de pequeñas aldeas y, lo más característico, de levadas: un genuino sistema de riego que empezó a construirse en el siglo XIV y que constituye una auténtica red de senderos que se adentran en paisajes riquísimos en especies vegetales únicas en el mundo.